martes, 28 de diciembre de 2010

Te empeñaste en parar a desayunar

Te empeñaste en que parásemos a desayunar en aquel sitio.
Te advertí que era un oasis, que no tendrían huevos fritos.
Y tú querías tortitas.
Tú, que andas siempre con la calculadora en la mano sumando calorías.
Y ahora me sales con que quieres tortitas, con chocolate negro y nata, también con nata.
Por eso hemos parado en este parking.
Ya verás cuando entremos y te des cuenta de que es un oasis,
un agujero de gusano de nuestra memoria.
Lo imaginamos, una vez, o lo vimos, en un cuadro quizá, o en una postal.
Pero sabes que según te aferres al tirador de la puerta
hará ¡plop! y se replegará sobre sí mismo,
con todo, con sus cristaleras y sus sofas de skai rojo
y sus tortitas y te quedarás agarrada a un puñado de aire.
Sabes cómo son los sitios de carretera por aquí.
No te puedes fiar.
Sí, aunque quieras desayunar.
Pero si te empeñas paramos.
No quiero que después de me digas que no desayunaste porque yo no quise parar.
Ya verás. ¡Plop! Y será una nube, de pronto. No es la primera vez que nos pasa.
¿Recuerdas aquella vez?
Yo quería una cerveza y por poco no nos engulle también a nosotros.
Saltamos a tiempo. Acuérdate de soltar el tirador o te llevará sobre sí mismo.
Acuérdate. Ya vamos tarde.
Y eso nos complicaría demasiado las cosas.

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