jueves, 27 de enero de 2011

Está siendo un viaje muy largo

Lo primero que haré cuando lleguemos será descalzarme y meter los pies en el agua.
Esa sensación.
No sé cómo hemos podido vivir tanto tiempo en un planeta sin mar.
Después los enterraré en el barro.
Y moveré los pulgares, poco a poco, apenas vibraciones,
para cuartear la arena apelmazada.
Hasta que asomen como lombrices rebozadas.
Los volveré a tapar y lo repetiré.
Eso haré, sí.
Meter los pies en el agua. Aunque esté fría.
Llevo mucho tiempo esperando este momento.
Creo que incluso he soñado con ello.
Llegar, sí, y salir de aquí y desnudarme a la carrera
para sentir las olas. Entonces sabré que hemos llegado.
Después me tomaré un gintonic en ese sitio fabuloso
en el que estuvimos aquella vez.
Ya sabes, aquel al fondo, con aquello que brillaba.
Y esa música, ¿recuerdas?
Y luego creo que dormiré. Y ya está.
Está siendo un viaje muy largo.

sábado, 22 de enero de 2011

Así que no insistiré

Así que no insistiré. Nada de emoción. Nada de puntos suspensivos.
Simplemente diré que no y ya está.
Así no podrás volver a preguntarme, así no dudaré,
así no dudarás.
No insistirás porque habré dicho que no y será un no muy rotundo,
de esos que se dicen cuando estás muy enfadado
o completamente seguro de algo y sin gana ninguna de discutirlo.
Un no que saldrá desde el estómago,
desde lo más profundo, y subirá por el esófago y en
la traquea cogerá forma
y las cuerdas vocales lo harán vibrar y la lengua lo empujará fuera
Como un disparo, como la campanada de un combate de boxeo.
No volverá a pasar. No perderé varios días dudando
y tú diciéndome venga, hazlo, venga, sabes que lo harás.
Esta vez no. Te lo aseguro.
La última vez que intenté hacerme el interesante sólo logré parecer despistado.

lunes, 17 de enero de 2011

Nunca he sabido hacer nada más útil

Por qué empezamos a hacerlo ya no importa.
Pregunta mejor por qué no lo dejamos.
Te diré que no he sabido,
nunca, hacer algo más útil.
Sólo aquí arriba soy quien soy.
Alguien.
Esas voces al fondo,
repitiendo mi nombre.
Allá abajo nadie grita
mi apellido.
Allá abajo soy el mismo
que se acuesta por las noches,
solo y en silencio,
cuando el mundo deja de moverse.

miércoles, 12 de enero de 2011

Octubres de abriles llenos

Su primavera me trajo tormentas
de flores al final de aquel otoño
cuando vivir trataba de las rentas
que me quedaban del último sueño.

Dispuesto estaba a soltar lastre,
empezar a aprender a olvidar
queriendo traje y vida cambiar
matando al mensajero y al sastre.

La primavera estaba en sus besos
suplicando a gritos silenciosos
que sus años de más fuesen ya menos

largos que el invierno de mis versos;
y que siguiésemos, como tramposos,
viviendo octubres de abriles llenos.

lunes, 10 de enero de 2011

Un amanecer sin nubes

Cuando llegó el momento de saludar al más allá
nos cogió borrachos esperando a que pasase la tormenta.
Hombres corpulentos abrazados suplicando a los dioses
el perdón de truenos que agrietan montañas a lo lejos.
Lo peor de aquellas guerras eran las madrugadas
sin tejado, la lluvia como mil puñales,
el temor cercado y trabajando.
Aquellos hombres podían pelear con las tripas colgando.
Pero las noches en las que el cielo se empeñaba en recordarnos
que todo se derrumbaba
teníamos tanto miedo
que no nos importaba si nos veían llorar.
Dormitábamos abrazados suplicando un amanecer sin nubes.
Aunque la guerra también despertase con nosotros.

sábado, 8 de enero de 2011

Cuando el cartero traiga

A vuelta de correo
irán los besos
que nunca compartí.

Cuando el cartero traiga
noticias para mí
sobre ti.

En un sobre cerrado
con sello franqueado
en otro país.

En una palabra
pudieron caber
entonces mil.

De aquello queda
un vago vaho
y este pobre infeliz.

miércoles, 5 de enero de 2011

Y entonces lloran (13 abril 2003)

Con la placidez del ácido surcando
viento en popa las venas del soldado
encarcelado y la verdad flotando.
Con la nostalgia de Arizona lejos,
lejos, lejos, al otro lado del camino
de baldosas amarillas que no pisa.
Con el recuerdo del olvido
del abrazo familiar,
de la bandera doblada pulcramente sobre
la última morada de madera.
Con el ruido de fondo de las salvas
y los generales destapados,
calvas al aire, sombrero marcial
en mano.
Golpean los tacones de sus botas
de zafarrancho de combate
y gritan:
“Quiero volver a casa, quiero volver a casa”.
Y ante un cuerpo sin brazos
olvidan cómo se rezaba.
Y entonces lloran.

lunes, 3 de enero de 2011

... y entonces golpeaba

Si tus pies huyen pídele a tus entrañas que no avancen.
Ella sabía hacerlo bien.
Tenías el asalto perdido,
una vez más,
pero lanzabas un último golpe al aire.
Ella sabía hacerlo bien.
Ganar por ganar, por intentarlo.
Por no perder esta vez.
Y daba ya igual por qué luchases.
Con precisión de forense
jubilado cortabas las palabras
a mitad de camino
buscando la velocidad,
el frenesí, cualquier cosa que
indicase aceleración,
cantidad y, con ello, razón.
Ella sabía hacerlo bien.
Te lanzabas cuando la cabeza
ya retrocedía
buscando ese chispazo,
la suerte inesperada,
un poco, sólo un poco de fortuna
para encontrar la palabra perfecta.
El argumento que sepulta
todas sus palabras.
Ella sabía hacerlo bien.
Esperaba con los brazos relajados
a que subieses los tuyos
tan nervioso, tan ausente,
tan poco controlado.
Y entonces golpeaba.