lunes, 10 de enero de 2011

Un amanecer sin nubes

Cuando llegó el momento de saludar al más allá
nos cogió borrachos esperando a que pasase la tormenta.
Hombres corpulentos abrazados suplicando a los dioses
el perdón de truenos que agrietan montañas a lo lejos.
Lo peor de aquellas guerras eran las madrugadas
sin tejado, la lluvia como mil puñales,
el temor cercado y trabajando.
Aquellos hombres podían pelear con las tripas colgando.
Pero las noches en las que el cielo se empeñaba en recordarnos
que todo se derrumbaba
teníamos tanto miedo
que no nos importaba si nos veían llorar.
Dormitábamos abrazados suplicando un amanecer sin nubes.
Aunque la guerra también despertase con nosotros.

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