martes, 22 de febrero de 2011

¡Quieto todo el mundo!

Se afila el rosario y el bigote,
se calza los gayumbos de campaña,
repite cuatro veces: ¡por España!,
presume de prestancia y de cojones.

En el país de Tejero, don Antonio,
nueve milímetros es más que 30 años,
los lobos se meriendan los rebaños,
las vacas flacas embisten con tricornio.

Un veintitrés, ochenta y uno, de febrero,
desenfunda su revólver de vaquero,
y cien guardias, becarios de armería,

peinan a tiros a sus señorías,
que se orinan los trajes, las teorías,
cuando con voz gangosa ordena: "¡Al suelo!".

domingo, 20 de febrero de 2011

Hay riesgo de desprendimiento

Por qué me miras así,
con tus calcetines verdes y tu bata roja.
Siempre por encima del hombro,
diciendo más de lo que callas.
Sabes que no me gusta. Pero esta vez prefiero no discutir.
Sólo deja de mirarme así.
Cuando conduzco sabes que no me gusta.
Me inquieta. No sé qué hacer con las manos.
Ninguno de los dos quiere que las suelte del volante.
Está la carretera mal.
En cualquier esquina se cruza un cometa sin intermitente.
Ya conoces esta ruta. Luego te asustas.
Y te enfadas cuando doy un frenazo y el cinturón
te aprieta el pecho.
Pero en lugar de dejarme mirar sólo hacia delante
te quedas ahí, observándome fijamente, pensando algo que no me quieres decir,
como diciendo si ya lo sabía yo.
Si te quieres ir vete. A estas alturas no me sorprende.
Ya nos conocemos. Pero dejemos de jugar.
Sólo dímelo y pararé en la próxima estación y podrás volver o seguir.
O hacer lo que quieras.
Pero no me mires así. Otra vez igual.
Aprovechas los viajes para mirarme y pensar que tu madre
lleva razón y que te equivocas, hija, con un tipo como ése. Déjalo.
Te subes los calcetines verdes y apoyas las plantas en el asiento,
con las rodillas dobladas y los brazos abrazándolas.
Y todo sin dejar de mirarme.
Sabes que me molesta y por eso lo haces.
Tú veras, esta carretera no está para andarse con tonterías.
Ya has visto cómo ha salido aquel sin avisar
del cruce. ¿No has visto la señal?
Hay riesgo de desprendimiento de meteoritos.
por el viento de las lunas de Orión.

martes, 8 de febrero de 2011

Ya te habrás ido...

Para cuando quiera creer que esta rutina
es lo que al final nos queda,
que no está tan mal, que sólo necesito conocerla,
medirle los tiempos, encontrarle las esquinas,
saber cómo deshacerla
sin llegar a romperla, me temo que será tarde.
Cuando no quiera huir de todo y todos,
dejar atrás tanto cariño doméstico
para volver a buscar en lo espontáneo,
en ese sexo algo furtivo,
en la pasión sin despertadores,
ya no podré.
Cuando me diga
que esto, razonablemente feliz,
es lo que anhelan todos los que están al otro lado,
que un abrazo siempre ahí dispuesto
puede abrigar más que otro beso soñado,
que la vida, lo siento, es más aquí que allá,
entonces no importará, eso seguro.
Para cuando despierte, y me maldiga,
y me equivoque por haberme equivocado,
cuando me muerda la lengua,
cuando la casa vacía
esté de verdad vacía,
cuando la nueva rutina
sea lo que al final me quede,
de nada servirá.
Ya te habrás ido.

viernes, 4 de febrero de 2011

Eso no es divagar

Hablo de más. No me dejes hacerlo.
Se me suelta la lengua y ahí ando lanzado
y de repente me doy cuenta.
Pero entonces me señalas y delante de todos me dices: divagas.
Si puedes evitarlo no me dejes. Sabes que tengo propensión
a creerme lo que digo, aversión a los silencios.
Son incómodos.
Alrededor de esa mesa, todos mirándonos, como si jugásemos a la ruleta rusa
y nadie quisiera reconocer que es su turno.
No soporto esas situaciones. Ya me conoces.
Prefiero lanzarme y contarlo.
No sé pararme después.
Aquella película, él con su sombrero calado, la gabardina abierta,
sólo abotonado el botón intermedio de la americana,
los bajos del pantalón húmedos, los zapatos mojados,
la sonrisa torcida. Vale, es una mueca, no una sonrisa.
Y el pitillo colgando, encendido, el humo en los ojos.
A él no le molesta. Ya sabes que película te digo.
Yo quiero ser él. Eso no es divagar. Pensar en voz alta, tal vez.