lunes, 21 de marzo de 2011

Cuando deje de tocar la orquesta

No seré yo quien descubra el sexo
de los ángeles ni de estos pollos
que devoras sin cabeza. Escollos
que conviertes en pretextos.

No seré yo quien te diga que te quiere
cada vez que se funde la bombilla
de la idea tonta que no tiene.
Arañazos de más en las rodillas.

No seré yo quien baile con la fea
si aparezco sin pareja en la fiesta.
Murió hace años Dulcinea

y los molinos no fueron gigantes.
Prometo salir de aquí no antes
de que deje de tocar la orquesta.

domingo, 13 de marzo de 2011

Uno de los dos será cristal

Soy yo del revés
el mismo que mira en el reflejo.
He ganado peso. Lo dijo la báscula.
Lo veo por encima del calzón.
Y el flequillo con la raya contraria.
Cazo el aire y me devuelvo el golpe.
Detrás, sombra de ladrilllos
y una tubería al descubierto,
junto a la camilla,
por encima de mis zapatos limpios
y mis pantalones doblados.
Soy yo girado
el que me mira con las venas
huyendo por el cuello.
Las cejas levantadas.
Los dientes apretados.
El mismo que mueve los pies y
cuenta las pedaladas en el cristal.
Soy yo quien suda más allá,
los hombros caídos
los ojos entrecerrados,
los puños abiertos aún.
Me miro y no me veo.
He perdido rapidez.
Lo sé. Si agito las manos a la altura
del pecho
puedo contar los jabs.
Antes no.
Al otro lado soy yo quien observa
tras un giro de 180 grados
con los párpados cambiados
y la cicatriz al otro lado.
Soy yo quien sabe,
desde este rincón,
que cuando lleguen los golpes
uno de los dos será cristal.
Pero no sé cuál.

martes, 1 de marzo de 2011

Que parecía más joven

Se afeitó por la mañana
tras la carrera de cinco kilómetros en el parque
y la primera ducha,
pensando que el día sería bueno,
que hacía sol fuera
y que todo iría fabuloso.
Que nadie podría venir
a estropear lo que Dios había
dibujado con tanta calma
la noche anterior.
Se vistió después
cuidando no hacer arrugas
en la camisa blanca,
jugando a retorcer la corbata
a la altura de la nuez,
perfeccionista con el nudo,
como siempre.
Feliz porque su cuerpo
lanzaba impulsos rápidos,
mensajes de que se encuentra bien
y dispuesto para lo que venga otros
cuantos años más.
Y se peinó al final,
el pelo tan recio,
tan imposible,
humedeciéndose los dedos,
con un leve masaje de la piel.
Satisfecho porque a pesar de le edad
no había destellos blancos aún
y así, en el espejo, podía
ver que llevaban razón todos cuando
decían que parecía más joven.