No puede sufrir quien no sepa
lo que hay detrás,
decía la lección
que nunca quise aprender
porque no podía sujetar
en mi solapa la insignia de su olvido.
Y así de nuevo volví a la casa
en la ciudad que un día
nunca abandoné
porque detrás estaba todo lo
que no debía desaparecer.
Los amigos, el vendaval de risas
y el murmullo de la voz de fondo
que aseguraba
que nada había pasado
desde la última vez.
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