sábado, 25 de diciembre de 2010

Mañana prometo no beber

Me dijiste tu nombre
remarcando la parte
en asonante
y avisando, más de dos veces,
que no valían los diminutivos.
Los mismo hubiera dado esta tarde de domingo,
que le invento tres rimas consonantes,
y una final de cuento en
que me sigues, sin saberlo, hasta el abismo.
Son las nueve de un domingo tembloroso,
cuando corrijo cien veces
lo que escribo.
Y esta vez, no te equivoques,
sé lo que no digo,
aunque mis dedos se empeñen
en inventar idiomas
y el cardiograma rojo
del programa
se esfuerce en recordarme
que no existen nombres
que empiecen por uvesdobles.
Otra vez hipoteco la neurona,
en el sudoku trucado de la suerte.
Y en un sueño, reincidente,
puesto a enfriar en una nevera que responde a mis impulsos.
Aquí estoy, para salvar las cartas del naufragio,
para ver por la ventana el cielo blanco del mañana,
asomando a esta pantalla.
Por inventar.
Para saltar de la rutina,
de este amor doméstico, café descafeinado,
pensado que atravieso el Madrid gris
de una tarde de otoño
desnortado. Y vale cualquier día
del calendario de noviembre.
Esta es la venganza de mis dedos,
que se lanzan a impulsos
que antes hubiera controlado,
a inventar escenas sin sentido, vidas ajenas,
historias de novelas no leídas,
canciones escuchadas sólo de oídas,
mundos imaginarios,
noches sin una.
Y mañana, otra vez,
la misma resaca puñetera se reirá
de lo que ahora escribo.
Si consigo, con este pulso tabernario,
terminar, aunque todo sea mentira,
incluso que aquí estoy,
o que mañana prometo no beber.

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