Estabas allí, creo, de nuevo, las manos levantadas.
Gesticulando así, ya sabes, tan por encima de las miradas,
alrededor de la cabeza.
Con esa manera tuya de recordarme todo aquello
que no querías olvidar
y que aireabas agitándolo con los dedos.
Yo sentado, escuchando. Tú de pie.
Serio, claro, y pensativo. Lo tenía estudiado.
Sin decir nada. Todo es la respuesta equivocada.
Y tú segura, cada vez más, de ti misma.
Te lo sabes. No es la primera vez.
Eso ya lo has dicho. Te empiezas a repetir.
Dos frases más, otros tres aleteos de manos
e iré a por una cerveza a la nevera.
Luego puedes seguir, si quieres.
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