Caminamos continente allá
hasta aquella plaza
donde la vida pasaba por delante
sin más planes, sin más afán que
resistir,
sin más futuro que este ahora,
aquí. Que estas manos. Que este
nosotros.
Que aquella ciudad entre dos mundos.
Nos miramos de nuevo
en ese idioma que empezaba ya a
entender
pero que era incapaz de hablar
porque no quería
conocer las respuestas.
Y en cuestión de minutos
regresé atrás, sin saber evitarlo,
sin querer aferrarme con las uñas a
este aquí,
al camino que transité antes,
cuando el invierno era invierno
y aquella canción sonaba
repetida, una y otra vez, otra y una
vez.
Vuelvo ahora al mismo punto de salida.
Dos caminos pero solo una puerta
abierta
a otro lugar. Cerraste la tuya.
La plaza amanece hoy vacía.
Desierta, como yo.
Y arrasada.
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