lunes, 24 de junio de 2013

Me había arrancado las palabras


Me quitó las palabras de la boca,
de un bocado, a bocajarro,
agarrándolas muy fuerte y tirando
sécamente de ellas para sacarlas
del fondo de mi estómago y llevarlas
allí donde no resuenan y no se escuchan.
Donde mueren congeladas en el aire
y nadie resulta herido.
Donde no existen.
Lo intenté otra vez
pero me había arrebatado
ya los sonidos y los motivos,
mi verdad, que no lo era,
o quizá sí, pero ahora apenas importa ya.
Y por mucho que moví los labios no logré convencerla
de que aquello iba bien,
de que saldría bien,
de que todo iría bien
de que estábamos haciendo el bien,
de que no se puede ser tan racional
porque al final las cosas duelen
y uno se despierta un día, tarde ya,
cuando los mapas de verdad son mapas
y se percata entonces
de que ha sido demasiado racional
y de que ya no hay nada que hacer.
O sí.
Estaba dispuesto a explicarlo
moviendo las manos en el aire,
quizá, incluso, haciendo un gráfico en aquel
posavasos bajo el gintonic,
si era necesario un dibujo
del campo de batalla.
Pero cuando abrí los ojos
para empezar a hablar
llegó, se adelantó y de una sacudida me quitó las palabras
antes de que lo fueran.
Cerré los ojos antes de mirarla por última vez.
La escuché, como un murmullo,
sin creerla pero asintiendo,
comprendiendo sin comprender.
Y olvidé que en el lugar de donde
me había arrancado aquellas palabras
aun me quedaban más.

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