Él sabe que ha sido bueno.
Uno siempre sabe esas cosas.
Por la velocidad del brazo,
por el ángulo,
por el sonido del impacto.
Sabes cuando has logrado soltar
un golpe de los que duelen de verdad.
Un golpe de esos que seguirá ahí, latiendo,
cuatro días después.
Por eso me ha mirado.
Rápidamente.
Buscando la confirmación en mis ojos,
en la mueca de mi boca,
en los músculos del cuello.
Eso también lo sabes.
Siempre que lanzas un golpe
que ha hecho daño
debes mirar a tu rival
a la cara.
Le reclamas el gesto
que confirme que su cuerpo
también sabe que ha sido un buen golpe.
Este es uno de esos golpes.
Él sabe que ha sido bueno.
Yo lo sé.
Mi cuerpo lo sabrá todavía la próxima semana.
Pero he sabido sonreírle.
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