con el oído interno convertido
en un reloj de arena,
hice caso a su consejo,
ella sabía cómo funcionan
la realidad y el mundo,
y me tumbé para que el tiempo no pasase.
Y así, quieto, inmóvil,
haciéndome el muerto en la orilla,
esquivé el invierno
que llegaría
y me quedé para siempre en un verano
de salitre.