Le repito, señor, que no soy yo
ese hombre al que recuerda.
Que jamás me puse unos guantes.
Que nunca di aquel gancho que imita
usted en el aire
tras cambiarse el periódico de mano.
Le prometo, señor, que no soy
aquel a quien vio
aquella noche
hace quince años
esquivando el futuro.
Nunca me hubiera atrevido
a dedicarme a algo así.
Porque no tuve el valor
ni el cuerpo
ni la cabeza
para creerme que podría
ser el campeón que entonces
reclamaban los periódicos.
Créame, señor, que si me parezco
tanto es porque ese boxeador
del que habla es mi hermano,
que nos parecemos mucho, sí,
pero que no soy yo por mucho
que lo repita usted
y que jure ante su Biblia
que usted nunca olvida una cara
y que mucho menos olvidaría la mía,
que fui quien fui,
antes de que pasara todo aquello
y el público se olvidara de mí.
Todos menos usted.
Le agradezco, señor,
que se detenga,
que me lo diga,
y así se lo contaré a mi hermano.
Pero si me sigue pidiendo un autógrafo
en el periódico que ahora desenrolla
le advierto que pondré mi nombre,
y no aquel que reclama.
Sepa, señor, que ese
hombre ya no existe.