viernes, 1 de febrero de 2013

Aquella casa, el cobertizo, el saco


Volveré una mañana de diciembre,
cuando la nieve cubra el jardín donde corría,
y veré aquella casa a lo lejos,
con sus paredes blancas de madera agrietada
y el tejado que nunca se terminó de reparar.
Aparcaré en la carretera y caminaré hasta la puerta.
Llamaré y bajaré los escalones para esperar
alejado de la entrada a que me abran.
Le explicaré a la señora que se sorprenda al verme
que allí crecí, que me mudé con mis hermanos
cuando mi padre encontró aquel trabajo
y pudo levantar aquel hogar para nosotros.
Le pediré que me deje visitar el cobertizo,
que lo he visto abandonado,
que nosotros tampoco supimos utilizarlo
y que a mi madre no le gustaba que anduviéramos entrando solos.
Pero que de allí colgó mi padre un día de diciembre,
cuando la nieve cubría ya el jardín y las carreteras estaban cortadas
y no pudo ir a trabajar,
el saco con el que me enseñó a boxear.
Le contaré que
murió un año después
y que ella prometió
que no lo descolgaría ya.
Que allí fue donde descubrí quién sería.
Le diré que me perdone por la visita,
que me disculpe con su familia.
Me despediré y me iré.

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