Los domingos comimos flan de tapioca
y allí estábamos casi todos.
Con la moñoños,
y el lobo,
que resultó ser de peluche,
tan poco fiero,
en el cruce.
Y los paisanos
con sus historias de paisanos.
Aunque no me dejaron acercarme a sus mundos.
El mismo domingo que tú decías que la marea
bajaba
y yo no te creí porque nos cubrían ya las olas
en nuestra orilla.
Sube, chica, ¿no ves que sube?
Pero tú lo sabías mejor.
Y por mucho que te empeñes,
así como eres,
esta marea no dejará de bajar,
me decías.
Los domingos comimos flan de tapioca,
bebimos cervezas, pedimos mariscos.
Y el pulpo se había terminado
como se acabó después el licor café
cuando ya tenía las pulsaciones
que no había forma de echar el freno.
Y te despertaré en mitad de la noche, te
avisé.
Y lo hice.
Y te sorprendiste,
pero me besaste.
Porque era domingo
y comeríamos flan de tapioca
y no había nada más,
pero tampoco lo hubiera necesitado.